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Mi madre se acercó a mí, me secó las lágrimas y me arropó con mi manta favorita. Hoy había sido un día complicado para mí en el colegio y necesitaba descansar.

Siempre he sido de los tímidos en mi clase y se han aprovechado de ello. Hoy teníamos que contar delante de todos qué quería ser de mayor. Fui muy sincero en mi presentación. Fui valiente. Pero todos se burlaron de mí, a pesar de todo. Los niños pueden ser crueles cuando se lo proponen.

Poco después de que mi madre me diera el beso de buenas noches, me quedé frito, aunque no era consciente de ello. Cuando me di cuenta, estaba solo en medio de un callejón. Mi apariencia y mi ropa eran diferentes. Estaba en el cuerpo de un adulto. Iba con un traje de astronauta, pero me faltaba el casco.

—Con que ahí estabas, pequeño bribón —dijo un desconocido que parecía conocerme muy bien —. Ya te dije que no deberías haber bebido con esas mujeres. Sé que acabas de cumplir veinte años, pero ese no es mo-…

—¿Cómo que veinte años? —grité sorprendido.

—Sí que pillaste una buena. Toma —me lanzó un casco a las piernas —. Vé y cámbiate, limpia tu traje y prepáralo para mañana. Lo necesitarás.

Sin dejarme preguntarle nada más, dio media vuelta, se subió en su moto y se marchó. ¿Ahora cómo se supone que hay que saber adónde ir si ni sé dónde estoy ni lo que hago aquí? Por muy superdotado que sea, no logro averiguar cómo salir de esta.

En el interior del casco había una etiqueta con un QR. Saqué mi móvil y lo escaneé. De mi pantalla surgió un holograma con una flecha azul que me decía por dónde debía ir. ¡Qué práctico! Me siento como en un videojuego. Seguí el camino marcado y llegué hasta una nave espacial. No puedo creer que pueda entrar aquí. ¿Por qué no recuerdo mis anteriores doce años? Algo gordo debió ocurrir en el pasado para no recordarlo. Un segundo. ¿Y mamá? ¿Qué habrá sido de ella? Sin respuesta a todas mis preguntas, seguí las instrucciones del desconocido conocido y, seguidamente, me acosté de nuevo.

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Al despertar seguía en el mismo lugar. No era un sueño. Mamá… Sonó un pitido y apareció en el monitor de la puerta un aviso para vestirnos con nuestro traje y prepararnos para lo que viniera. ¿Qué iba a venir?

Salí a la sala común y ahí estaba aquel hombre acompañado de una mujer cuya voz me era conocida y otros 5 hombres sentados en la mesa de reuniones.

—Buenos días. ¿Cuáles son las órdenes? —pregunté.

—No preguntar sandeces, doctor —¿soy un doctor?—.Bien, seguimos con el plan acordado —señalaba a la pizarra con una vara de espalda a nosotros —. Llegamos hasta nuestro botín de geodas, las agarramos sin que nadie ni nada nos detecte y volvemos a la nave intactos rumbo de vuelta a casa. Nos acompañará el doctor para, en caso de sufrir algún inconveniente sorpresa y necesitemos de sus servicios, poder ser auxiliados. ¿Está todo claro?

Se dio la vuelta con las manos enlazadas detrás de su espalda y todos gritaron menos yo.

—¡Sí, capitán!

No podía ser. ¡Mi madre era el capitán de la nave! A pesar de su voz y su apariencia, sentía que algo fallaba, que algo no cuadraba. No pregunté nada por miedo a hacer el ridículo si me equivocaba delante de todos.

Primeramente, me dieron órdenes de quedarme dentro de la nave hasta recibir nuevas órdenes. Estaba nervioso. Me dejaron solo en la nave. Sentía curiosidad por lo que tenía alrededor pero, al mismo tiempo, tenía miedo de romper algo si lo tocaba. Me ceñí a observar con una distancia prudencial. Tenía miedo de la situación en la que me encontraba pero, al mismo tiempo, estaba emocionado. Mi sueño siempre fue ir al espacio y ahora estoy en él.

No me esperaba ser un doctor en el futuro, pero es bonito saber que puedo ayudar a gente necesitada. Solo espero no tener que usar los conocimientos que se supone que tengo pero ahora mismo no dispongo de ellos por esos añitos de mi vida que me he saltado, pero al menos tengo una buena vida. La curiosidad me puede. En cuanto pueda, le preguntaré al capitán más detalles.

Pasaron cinco horas de absoluto silencio, las cuales ya me empezaban a desesperar. De repente, sonó el pitido que escuché esta mañana en mi habitación. Esta vez sonó en la sala común. Me estaban llamando, necesitaban que acudiera adonde estaban ellos. Llegó la hora. Deseadme suerte. Con el casco puesto y el traje bien cerrado, salí de la nave con mi equipo de médico de primeros auxilios.

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Cuando llegué a su posición, me quité el casco, viendo que en este edificio se podía respirar. El desconocido conocido que en ese momento descubrí, que se llamaba Ralph, estaba herido. Tenía un torniquete en la pierna. De alguna forma, tengo claro lo que debo hacer. Parar la hemorragía, desinfectar la herida, darle unos puntos de sutura y volver a vendar con gasas limpias para que no se ensucie la herida. No era algo definitivo, pero era una buena solución rápida para que Ralph no se desangrara y pudiera seguir viviendo. De forma mecánica, como si llevara toda la vida haciendo, realicé mi tarea.

—Gracias, Hugo. Solo les falta salir a un par de hombres que enseguida estarán fuera. Tienen ayuda suficiente. Me vuelvo a la nave a descansar. Quédate con el capitán por si necesitan ayuda de última hora. Suerte, hermano.

Aproveché el momento para preguntar todo lo que pudiera sin hacer el ridículo, a ser posible, aprovechando que estábamos solos. Mientras ella iba controlando a través de un monitor táctil la posición de sus hombres y les iba desactivando las alarmas de seguridad y les ayudaba brindándoles todas las facilidades que pudiera, le pregunté.

—Perdone, capitán. Quería preguntarle algo —me aclaré la voz para evitar soltar algún gallo al hablar —. Últimamente, he tenido una mala racha, se podría decir, y tengo ciertas lagunas en mi mente y ciertas dudas. Por suerte, no han afectado a mis habilidades y conocimientos como médico, lo cuál es de agradecer. Como ya llevamos meses trabajando juntos —desconozco cómo sabía esto —, quería preguntarle por qué… —dudé en si terminaba la pregunta o no —quería saber si usted tiene algo que ver con mi madre. Son idénticas.

—Entiendo tus dudas. Es verdad que últimamente has pasado por malos momentos. Que tu madre falleciera por muerte cerebral mientras que tú sobreviviste en aquel accidente el año pasado justo en el día de tu cumpleaños, deja tocado a cualquiera —siguió toqueteando el monitor sin levantar la vista, concentrada en lo que estaba haciendo —. La respuesta a tu pregunta es: no, no soy tu madre. Sin embargo, sí me crearon a partir de su ADN. Es por esto que soy idéntica a ella.

—¿Pero cómo? —la interrumpí.

—Déjame terminar —me miró con ojos desafiantes y volvió a sus quehaceres —. Soy el primer androide funcional con consciencia propia que no ha intentado matar a la humanidad —se le escapó una pequeña carcajada que intentó disimular tosiendo —. En cierto modo, sí soy tu madre en el sentido de que tengo su apariencia y sus capacidades físicas. Sin embargo, ni tengo sus recuerdos ni su misma personalidad. Eso murió con ella, para bien o para mal. Supongo que eligieron a tu madre para que mi apariencia reforzara tus ganas de aprender más sobre mí y continuar tus estudios para combatir la muerte cerebral y, al mismo tiempo, poder mejorar mi «especie».

—Entiendo… Gracias.

Muerta el día de mi cumpleaños. Con razón me hice doctor y voy con astronautas. Todo el mundo se me cayó encima como una jarra de agua fría. No obstante, no sentía el frío. No sabía gestionarlo. Terminamos la misión, volvimos a la nave todos juntos con el cargamento de geodas que teníamos como objetivo. Despegamos y, mientras volvíamos a casa, a la Tierra, me quedé en silencio pensando con los ojos cerrados. Había conseguido mi plan de futuro, pero no de la forma que me hubiera gustado. No me queda más remedio que seguir viviendo. Es lo que ella hubiera querido. Lucharé por conseguir un mundo mejor.

—Hugo, Hugo —Alguien me estaba llamando —. Despierta Hugo.

Abrí los ojos y estaba en mi cama. Era mi madre quien me llamaba. Era ella de verdad. Lágrimas volvieron a borbotar de mi cara como la noche anterior, pero esta vez eran lágrimas de alegría.

—Tranquilo, Hugo. Solo era una pesadilla —me tranquilizaba mientra acariciaba mi pelo —. Venga, vamos. Baja a desayunar. Te he preparado tu desayuno favorito y no quiero que llegues tarde al colegio.

Bajé ilusionado y feliz al comedor. No era mentira. Tenía para desayunar tortitas con forma de estrella con sirope de arándanos y un chorrito de miel y zumo de naranja. Me disfruté el desayuno todo lo que el reloj de pared me lo permitió. Ese día en el colegio fue todo bien. Perdí parte de mi vergüenza. Al ver mi cambio de actitud, mis compañeros de clase empezaron a tratarme diferente poco a poco, para mejor. Aunque fueron 8 horas en el espacio, mi mente lo sentía como si de verdad hubiera crecido 12 años de golpe. Me sentía más maduro. Y lo tenía decidido. Iba a estudiar medicina.

Laura. La Bichateca

Redactora y creadora de la bichateca.es // Soy fan de la fantasía y la ciencia ficción. También me pierde una buena historia con suspense y/o vísceras. Veterana de las aventuras gráficas y las plataformas, pero una cagá para los juegos de terror.

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3 comentarios

  1. medico, porque tenia un sueño demasiado real….. Sandman ataca de nuevo

    1. Hay diferentes tipos de médicos. Podía ir a buscar trabajar para la NASA como en el sueño. Está todo pensado 7u7 aunque en este caso, la NASA son unos piratillas espaciales estilo El Planeta de Tesoro xD

      1. bueno al menos este dotno termina como en Dead Space ….. devuelvenos a la vida !!!!!!!

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