Ese día estaba muy triste. Se había muerto mi hámster. Le hicimos un funeral con mi hermana tocando la flauta, mi madre recitando un poema, mi padre se ocupaba del entierro y yo intentaba creer que todo esto no era real.
Mis tías vinieron a verme, pues sabían que Toto era muy importante para mí. En ánimos de alegrarme el día, me trajeron de regalo un pez de colores. El típico que te regalan en las ferias tras pescarlo con una mini red.
Al principio no le hice apenas caso. Se ocupaba mi hermana de él. Ni siquiera le puse nombre. No iba a ocupar el vacío que mi hermano de batalla me dejó tras su partida. ¿Por qué tuviste que acercarte a la casa de la señora Taner, Toto? ¿Por qué?
Todo cambió el día en que mi hermana desapareció mientras jugaba en mi habitación. Mis padres dicen que alguien entró por la ventana, pero yo sé quién fue.
Esa misma noche vi que el pez me miraba fijamente y vi que entre la arena de su pecera había algo nuevo que yo no había puesto, pero lo había visto antes: el vestido favorito de mi hermana, hecho por nuestra abuela cuando trabajaba en la fábrica, en miniatura, como si un muñeco de un par de centímetros fuera su dueño. El día de su desaparición lo llevaba puesto.
Nota: si os suena la trama de la historia de hoy, lo escribí pensando en un capítulo de South Park de la primera temporada. Es mi capítulo favorito por lo bizarro que es. La historia de hoy no es nada del otro mundo, pero espero que os diera ganas de ver la serie y, ya puestos, ¿Cómo continuaríais la historia de serial killer? Je, je.