Esa noche no pude dormir. Tenía miedo que me atacara en cualquier momento. O quizá sería peor y estaba maquinando un plan mientras yo iba estando cada vez más aterrorizada.
Todo el tiempo tenía el charco y la caja de música en la cabeza. En una tarde se me estropeó la alfombra y la caja de música. Después de una hora mirando hacia el mismo sitio, me di cuenta de que había un papel asomando debajo de la alfombra. Me levanté de la cama para ver qué era. Se trataba de una nota que decía «En la cueva helada».
Sabía que era una trampa, pero mi alma me susurraba que si no iba, me arrepentiría. Fui de hurtadillas. Eran las cuatro de la madrugada. No había ni un alma pero, a pesar de que no había nieve, seguía haciendo mucho frío.
Cuando llegué, vi un retrato de cuerpo completo mío tallado en la pared con los ojos sin vida, como si escondieran un vacío del que no se puede escapar. ¿Sabéis ese momento en las películas en que sientes que algo anda mal y que al girarte mueres? Pues ahí me encontraba yo. Y, ahora que me encuentro en esa situación, entiendo por qué los personajes se giran, a pesar de saber que no deben. La curiosidad y necesidad de saber qué ocurre es superior a mí.
En el instante en que me giré una sombra negra me atravesó, fría y melancolíca. Una lágrima salada errante salió de mis ojos. Se me paró el corazón. Mientras me caía, vi el retrato tallado en la pared. Como, a medida que yo sentía mi vida salir por mi boca, los ojos del retrato iban cobrando vida, al igual que su sonrisa.
Sé que el hecho de que yo pierda la vida como tú lo hiciste no salda la deuda. Sé que no debimos jugar con lo desconocido y que no debimos hacer un pacto con ese demonio marino en nuestras últimas vacaciones y no pagarle con lo que pedía. Pero supongo que esto es lo mejor que soy capaz de hacer por ti. Hasta pronto.
...Fin