Todos los días salía a la calle a las diez en punto según marcaba el sol tras terminar todas las labores de la casa. Vivía solo, pero eso no quiere decir que no sea limpio y ordenado, en la medida de lo posible. Uno de esos días, que era como otro cualquiera, apareció una niña delante mia y me dijo:
-Te ofrezco a elegir estas dos monedas: la dorada y la marroncita.
A mis 14 años de edad, la verdad que nunca rechazo una limosna gratis. Siendo lo que encuentro en mi día a día mi único sustento, no te puedes permitir rechazar nada y, aún menos, si eso levanta las sospechas de la guardia real.
El reino donde vivimos siempre ha sido muy pobre y recuerdo que mi padre me contaba cuando era pequeño que él con 10 años ya trabajaba ayudando a su padre. Yo eso no puedo hacerlo porque me faltan unos padres para continuar con la tradición padre-hijo.
La moneda dorada no me llamaba en absoluto la atención, así que fui a por la marroncita, como le llamaba la niña. Supongo que era de bronce. La niña se fue contenta dando saltitos y yo seguí a lo mio.
Al cabo de una semana de dicho acontecimiento, apareció un soldado por mi chabola.
-Por orden del rey, debe personarse en palacio. Debe aceptar la invitación.
Un poco asustado por dentro, pero con cara de indiferencia, acepté con educación la invitación más por prevención que por curiosidad. Nunca le había visto y he de decir que tenía un aspecto afable. Se le veía buena persona. No obstante, con los bolsillos llenos de dinero cualquiera tiene buena cara.
-Chico, acércate. Hace una semana tuviste una breve conversación con mi sobrina. No sé si la recordarás. Una niña de unos seis años con rizos dorados y un vestido azul que te ofreció unas monedas.
Ya está. Me van a cortar las manos por ladrón. ¡Pero no fue culpa mia! La niña me lo ofreció. Yo no robé nada.
-No te asustes. Te lo veo en la cara. No vamos a hacerte daño. De hecho, eso fue una prueba- Mi cara de escepticismo era un cuadro-. Estoy buscando alguien a quien apadrinar para que viva en el castillo con nosotros. Como ni sobrina tiene buen ojo a pesar de su corta edad, dejé que ella eligiera. Ella me contó su plan. Iba a llevar dos monedas: una dorada hermosa y otra de bronce feucha. Quien fuera digno de vivir con nosotros iría a por la de bronce, ya que eso significa que no busca grandes riquezas, solo vivir bien. Bien podrías haber elegido la dorada o incluso llevarte las dos, pero no lo hiciste. Por eso, te ofrezco vivir con nosotros si tú quieres.
Mi cara escéptica pasó a cara de sorpresa con la boca bien abierta. No me creía lo que estaba pasando. ¿Era verdad lo que me contaba o era una broma del destino? No tenía nada que perder, además de mi vida que tampoco era gran cosa, así que acepté la propuesta.
Al cabo de un año, ya me sentía uno más de la familia real. Tenía buena ropa, comía bien y hasta me dieron una educación y ahora aprendo a escribir, sobre la naturaleza y un poco de historia. No me volvió a faltar de nada.