No me lo podía creer. ¡Seguía viva! Se plantó delante mía y se quedó mirándome fijamente sin decir nada. Ahora mismo lo único que hablaba era el nudo de mi estómago y estaba gritando.
Alguien que nos vio le contó a mi padre que algo estaba pasando y que yo podía estar en peligro. Nada más ver a mi hermana, su cara de preocupación cambió a una cara de esperanza. Se fue corriendo hacia ella, la abrazó y nos fuimos juntos a casa mientras mi padre no paraba de decir lo contenta que se pondría nuestra madre. Nosotras dos seguíamos sin abrir la boca.
Al llegar a casa, intentaron que Ana explicara qué le había pasado y dónde había estado todo este tiempo. No dijo nada. Supusieron que era por el shock y decidieron darle espacio y que hablara cuando estuviera preparada.
Pasó un mes y, aunque ella no hablara, los demás sí le hablábamos. Con afán de averiguar si se acordaba de algo o si estaba enfadada conmigo por nuestro último encuentro hace dos años, nos fuimos a mi cuarto. Debía probarlo. Era mi última esperanza. Le iba a enseñar su caja de música favorita.
Nada más abrirla y empezar a sonar, sus ojos empezaron a abrirse. Una cara de terror empezó a surgir. Creo que empieza a recordar. Llamé a mi madre que estaba abajo preparando la cena y le conté lo que estaba pasando. Se vino corriendo conmigo. Cuando llegamos a mi habitación un minuto después, ella ya no estaba. Lo único que había era un charco de agua en el suelo y unas marcas en la caja de música que eran como arañazos. Se podía llegar a leer «Lo recuerdo».
Continuará...